febrero 08, 2019

Cuando Caracas habla a través de las nubes


El cielo de Caracas estaba más hermoso que nunca y yo no estaba allí. Sí, extraño muchísimo mi tierra, a mi familia, a mis amigos, a las guacamayas escandalosas que se adueñaron de su cielo y de los hermosos atardeceres de comienzo de año que llenan de magia a la ciudad.

Sin embargo, gracias a las redes sociales sentía que estaba en espíritu, todos compartían fotos de los cirruscúmulos que se quedaron hasta el ocaso. Fue un regalo para desconectarnos y distraernos de la rutina, de la mortificación que en estos momentos se vive.

Para nadie es un secreto que vivimos el punto más dramático de nuestra crisis, las moticas de algodón que decoraron el cielo no hará volver a los que se fueron o logrará que la economía cambie de la noche a la mañana, pero si nos dio un respiro para la imaginación.  

La mente humana, siempre dándole forma a todo, según el tipo de nube, la comparamos con animales o cosas. Pero para esta ocasión, todos veían una señal, una buena señal y eso me llenó de esperanza, por que estamos recuperando la capacidad de ver más allá de la angustia y de la zozobra. 




Como dije arriba, no estoy en Caracas. Sólo me quedaba imaginar, desde aquí y dentro de mi teléfono, qué significaba para mí ese hermoso cielo de acuarelas. Yo no pensé en animales. Soy de la infantil idea de que los ángeles se encuentran en las nubes y que juegan o viajan en ellas, sólo que esta vez, entre los ángeles se encuentra la familia que perdí y de la que no me pude despedir. Un tío maravilloso que siempre me llamaba todos los años puntual cada 16 de mayo (mi cumpleaños), una sobrinita que luchó y luchó pero sus ojitos no vieron la luz. Y dos primos, uno me vio crecer y con el otro aprendí a cambiar los pañales.

Sólo pensaba que ellos estarían sobre esas nubes viajando tranquilos y en paz a pesar de que la eternidad les llegó antes. Nosotros, los que nos quedamos debajo de las nubes, extrañándolos, deseando y anhelando que llegue la paz para que la eternidad adelantada se tome unas muy largas vacaciones y así volver abrazar a los nuestros.

mayo 02, 2018

Sin tiempo para llorar

El Ávila desde la ventana de mi último lugar de trabajo en Caracas

Una noche me preguntaron: ¿Te quieres ir si o no? Yo dije que sí. Tres meses después me encontraba en México. Solo tuve un mes para poner en orden mis cosas; pagar mis tarjetas de crédito, encontrar una maleta, encontrarle un nuevo hogar a mis libros y a todas las cosas que dejaría en casa de mis papás, cosas que no quería que se quedaran llevando polvo o dejadas al olvido.

¿Y que haría con lo intangible? Con aquello que no se altera con el tiempo y que por el contrario se vuelve más valioso con el pasar del tiempo, ¿Qué voy hacer con mis padres? ¿Qué voy hacer con mis amigos? ¿Qué haré con mis libros? ¿Qué haré con mis amores? Solo podía llevar una maleta, un bolso de mano y mi mochila con el equipo fotográfico que solo podía entrar ahí.  Nada más.

Cruzaría a pie la frontera, fue el modo más económico que pudimos encontrar para poder salir. Los vuelos directos era y son muy costosos, a mi me estaban haciendo el gran favor de hacerme llegar a México, así que me tocó hacer mi parte. Con mi última quincena, antes de la liquidación, compré un boleto que me llevaría a la población de El Vigía, (Mérida). Lo que no sabía era que el aeropuerto de La fría (Táchira) estaba mas cerca de San Antonio (ciudad fronteriza con Colombia) de haber sabido esto antes, quizá mi vuelo no habría salido con dos horas de retraso, no había tomado el bus equivocado en el terminal de El Vigía, quizá no se habría roto mi maleta cuando la revisó un agente de la guarda nacional buscando material de contrabando, tal vez habría llegado más temprano a San Cristóbal. En el terminal de San Cristobal, busqué como loca un carro que me llevara a San Antonio, era una camioneta tipo ranchera que podía llevara cinco personas, tres atrás y dos adelante con el chofer. Dormía a ratos, miraba el paisaje con nostalgia y con desesperación, ese tramo entre San Cristóbal, San Antonio es muy turístico, es bonito para apreciar en una onda turística. Entre sueños, escuchaba a las pasajeras de atrás intercambiar información sobre líneas de buses que hacían viajes a Ecuador, Perú, Chile y Argentina. El terminal de Cúcuta creció bárbaramente a raíz de las migraciones venezolanas.

El terminal de El vigía, Edo. Mérida

Me agobiaba la idea de perder mi vuelo, temía no poder llegar a Cúcuta a tiempo después de todo este festín de contratiempos. Mi vuelo salía el 31 de octubre a las 7:00 am para Bogotá, no podía perder ese vuelo por nada del mundo. No tenía dinero para pagar la penalización en caso de perder el vuelo. Cuando llegué a San Antonio eran las 7:00 pm y todavía tenía que conseguir los sellos (el impuesto de salida), hacer que me volvieran a revisar la maleta. Era la primera vez que cruzaba de noche el Puente Simón Bolívar, antes lo había hecho en taxi, cuando aún se permitía el libre tránsito de vehículos, ahora solo escuchabas el murmullo y el paso rápido de los transeúntes, colombianos y venezolanos por igual llevando bolsas de comida. Yo cruzaba con un carretillero, un joven de contextura delgada y que no pasaba de los 22 años se dedicaba a llevar las maletas de todo aquel que quisiese cruzar más cómodo la frontera por el módico precio de 10mil bolívares. Cuando llegamos a la mitad del puente, el chico deja su carrucha en un especie de estacionamiento improvisados para continuar el viaje con mi maleta a lomo: -“aquí no me dejan pasar la carrucha por que ya estábamos del lado colombiano” Me dijo. Entonces, ese muchachito de unos 50 kilos se lleva a la espalda mi maleta de 22 kilos y se cuelga mi maletín de mano en su brazo derecho para continuar nuestra ruta. Casi terminando el puente me pregunta si yo no voy a llorar – ¿Llorar? Le pregunto. Con todo este ajetreo que he tenido no creo que me de tiempo para ponerme sentimental. –Es que todo venezolano que cruza el puente se pone a llorar. Me respondió.

Ojalá hubiera llorado, así hubiera vivido mis etapas y no estaría como un alma en pena, extrañando a mi seres queridos, mi comida y mis objetos preciados. Le pagué sus bien ganados 10 mil bolívares, me deseó suerte y regresó por más clientes. Yo continué con una nueva formación, pero ahora, en la migración colombiana. Todos en la formación tenían una copia de su boleto, menos yo. -¿Para qué? Me dije. Si en la aerolínea te imprimen el boleto. Y eso mismo le dije al agente de migración. El hombre me miró fijamente, me selló el pasaporte sin quitar la mirada de mi rostro, me entregó el documento y me dijo: “Bienvenida a Colombia”. Entonces pude respirar hondo. 

Crucé la frontera con 220 dólares. Me sentía como los inmigrantes de la segunda guerra mundial que vinieron a este continente, con una mano delante y otra atrás. No fue fácil conseguir esa cantidad de dinero. Yo, solo vivía de mi salario y de algunos trabajos a destajo, comprar dólares en un país donde hay control cambiario sin tener conocidos en el alto mando o contar con mucho dinero para comprarlos al mercado negro era solo para gente con muchísimo dinero. Un año antes de irme una amiga que había vivido en Estados unido y que planeaba regresar, me vendió 100 dólares, los compré con la liquidación del empleo que tuve en ese momento, luego, un buen amigo me dio otros 100 dólares por que ya conocía mis planes de irme de Venezuela. 20 dólares fue por vender una lámpara, que compré hace años para hacer los retratos mas bellos del mundo, bueno, eso me dije el día que la compré, pues daba la luz muy hermosa. Se la vendí a un amigo fotógrafo. Me ofreció los 20 dólares y la casa de su primo para pasar la noche en Cúcuta, cuando llegase el momento de cruzar la frontera. Creo que fue la mejor oferta que conseguí por mi lámpara.

Una vez que sales de la migración colombiana y cruzas a la cera del frente solo vez dos cosas, taxis y casa de cambio. Un taxista se me acercó ofreciendo sus servicios, le dije que primero debía cambiar dinero para poder tomar cualquier taxi. – No se preocupe.  Tomó mi maleta y se fue conmigo a cambiar el dinero para luego escoltarme hasta su flamante taxi amarillo de reglamento. Hablamos todo el camino de cómo ha cambiado Cúcuta desde la migración venezolana,  de como hay tantos venezolanos durmiendo en las plazas y las chanchas y hasta de las competitivas tarifas de las prostitutas venecas. Del último punto, estaba muy bien informado. Como último gesto de amabilidad, compartió su conexión de internet para comunicarme con el primo de mi amigo, el fotógrafo, cuando hablé con él se le notaba la preocupación, habían pasado tres horas desde la última vez habíamos hablado. Lo primero que hice al llegar a su casa fue ducharme, acto seguido me invitó a comer hamburguesas y beber un postobón, la frescolita colombiana, mientras me contaba que su hermana había ya dado techo a "unos gochos", venezolanos de el estado Táchira que la semana pasada irían a Perú por carretera. Yo, solo quería devorar la hamburguesa, no había comido nada en todo el día, guardaba el poco dinero que me quedaba para alguna eventualidad y al final solo me quedaron otros 10 mil bolívares para el recuerdo. Antes de dormir le escribí a todos los que sabían que me iría, mis papás, mis amigos mas cercanos, mi amigo que me recibiría en México, además de otros seres especiales que estaban pendiente.

Cerré los ojos y al abrirlos, ya estaba en el aeropuerto internacional Camilo José Daza. Había tomado un taxi a las 5 de la mañana, fue la primera vez que sentía calor de madrugada. En el aeropuerto, había notado a muchísimos venezolanos esperando la salida de un vuelo a Chile, todos eran familia. Yo no identifiqué a nadie que fuera conmigo a Bogotá. Como mi vuelo era madrugador, sabía que me daría desayuno, así que solo compré un jugo de naranja. Mi vuelo hacia México sería en la tarde, así que también me darían de cenar, no quería seguir cambiando dólares, así que andaba prichirrísima con los excesos. Hasta que vi mi placer culposo, esto, ya en Bogotá. Se trataba de una tienda de Dunkin Donuts, en su mostrador posaban unas donas de chispas de galleta oreo y no conformes, tenía de muestra gratis un rico panque de vainilla y chocolate, no lo pensé mucho y me formé para comprar la dona y con toda la pena del mundo, me llevé dos buenos pedazos de bizcocho. Y no contenta con eso, hice escala en un café de Starbucks y pedí un late. Después de toda la roncha que pasé día anterior creo que me lo merecía.

Un dragón y un unicornio arcoiris reguardarán el vuelo

Faltaban cuatro horas para tomar el vuelo a Ciudad de México. La policía de migración me hizo botar una crema para el cuerpo y una botella de agua antes de pasar a la zona internacional. Salí barata, he sabido que a otro compatriotas les revuelven todo. Los agentes de migración reconocen cuando un venezolano se va de su país por la cantidad de maletas que lleva, tratando de llevarse un poco de la vida que dejaba atrás en las maletas. Yo, ya tenía claro que debía hacer una nueva vida, así que solo traje lo indispensable, los únicos que me revolvieron mis cosas, fue la propia guardia nacional de mi país. Entre las pocas cosas que traje, incluí solo 5 libros. El primero fue un libro sobre mi fotógrafo favorito, Man Ray, el primer libro que compré con mi primera quincena de asalariada, el segundo, también de fotografía, un libro de Joe Mc Nelly quien es una gran inspiración para mi y de paso fue un gran regalo de cumpleaños. El tercero era un libro de crónicas con dedicatoria del mismo autor hacia mi, el cuarto es un libro infantil que se llama La danta Blanca, lo traje con la fantasía de leérselo a mi hijo, de tenerlo algún día, antes de que fuera absorbido por la nueva cultura que recibiera del país donde naciera. Así aprendería algo mágico del país donde nació su mamá. El quinto libro era el último se trata de dragones, la saga de El legado, este último me acompañó en el avión por que tengo la idea de que si me acompaña un dragón, así sea en un libro, no se caerá el avión en el que viajo. Durante momentos pensaba pensaba en los libros que venía comprando desde hace tiempo, con la idea de hacer mi biblioteca el día que tuviera mi casa. Tenía todo tipo de libros hermosos, ficción, no ficción, de fotografía, cuentos, poemas, biografías. De todos los tamaños y materiales. A veces me arrepentía de los libros que traje y sentirme culpable por no traer otros, de repente me daba cuenta que había dejado cosas que pude meter entre los libros, solo traje una foto de mi papá, una de mi mamá y otra mía de pequeña y una mas de mi perrita fallecida. A dos semanas de irme, rematé mis libros a mis compañeros de trabajo. La pasante fue la que mas aprovechó la oferta. Lo mas gracioso es que tres meses y medios de llegar conocí a un de los autores de uno de los libros que vendí, le causó gracia saber que tuve que vender su libro para poder llegar a México.
         
Ya faltaba poco, solo unas 8 horas más y estaba en México, cuatro horas en el Dorado (Bogotá) y 4 horas de vuelo. Caminaba por los largo y amplios pasillos del aeropuerto,  era 31 de octubre y había un tímido ambiente de Halloween, los empleados de Copa Airlines vistieron a tres chicas como madrinas mágicas y se tomaban fotos con los que esperaban tomar sus vuelos y que luego compartían en sus redes sociales. También había música en el ambiente, eran dos hombres que tocaban y cantaban, lo hacían tan bien que pensé que eran músicos profesionales.  Confieso que me acerqué  por que uno de ellos se me pareció a Carlos Vives. Después de romper el hielo descubrí que trataba de un colombiano y un brasileño. No tenían pinta de hipies pero si sus corazones, el duo era bien divertido. Conversaban y cantaban, a veces en español y a veces en portugués. El colombiano también hablaba portugués. En algún momento les tomé fotos. Después llegaron las madrinas mágicas de Copa Airlines y nos tomamos fotos con ellas, luego de eso nos volvimos el G3, Colombia, Venezuela y Brasil. Compartimos nuestras breves historias. Andrés, colombiano de Medellín, médico neurólogo y diestro en la guitarra. Regresaba de un congreso en Sao Paulo, esperaba volver a Medellín. Diego, administración de profesión y músico regular, suele reunirse con sus amigos de la universidad, en Sao Paulo. Regresaba de pasar una temporada en la casa de su hermano mayor, en Inglaterra. Esperaba para su casa en Sao Paulo. Ambos teníamos el mismo tiempo de espera, 4 horas. Durante ese tiempo, hablamos de lo peor y lo mejor de nuestros países y claro, teníamos un bendito afán en demostrar que el nuestro era el peor. Creo que yo gané la disputa, pues era yo la que estaba yéndose del suyo y por razones obvias. La cumbre terminó con un intercambio de número y correos electrónicos. Cada quien fue a esperar en su puerta respectiva el llamado de cada uno. Ellos a retomar sus vidas y yo intentar una nueva.

Dos del G3

Ya, en el avión todo fue más sencillo; llené mi forma migratoria, me dieron de cenar, vi una película y varias series, dormí un poco. Viajé con una pareja de recién casados, de origen portugués y creo que ambos venían de antiguos matrimonios, ninguno tenía 25 años, pero se veían tan felices y apasionados que sentía envidia, pero de la decente. Mi último temor estaba al llegar a México, antes de irme había escuchado muchas historias sobre los agentes aduanales mexicanos, son súper, súper estrictos, pues, no es un país fácil. Ya habían devuelto a muchos venezolanos, uruguayos, peruanos y demás nacionalidades y no quería que esa fuera mi suerte. Una vez mas me había formado, pero ahora en México, había llenado mi forma migratoria con mucho cuidado, no podía regresar después de tanto. A mi turno me toca un hombre, me pide el pasaporte y me pregunta en donde me quedaría, le explico que en casa de un amigo que me invitaba a pasar la temporada. -¿Y por qué no en un hotel? Me pregunta. –Por que son muy caros. Le respondo. – Si verdad, es más barato... Acto seguido me sella el pasaporte y raya con un 180 mi forma migratoria diciendo: -Bienvenida a México.

mayo 30, 2017

Una ciudad donde titanes de hormigón descansan frente al mar


Foto:yessica Sumoza

Visité una gran ciudad donde grandes titanes de hormigón descansan frente al mar o bien, navegan en sus aguas con destinos a pequeñas islas paradisíacas. Una ciudad de grandes y modernas galerías de arte, pero con ausencia de espectadores, se trata de una ciudad que sabes que no está desierta a las 4:30 de la tarde, cuando sus modernas autopistas están repletas modernos autos.

Para alguien como yo, que viene de una ciudad tan espontánea, donde los museos son gratis y los jóvenes que salen de clases temprano se van a las plazas y galerías a pasar el rato, la soledad es incómoda.

Sus barrios, no eran iguales a los míos; pero los tienen y eran tal cual como yo las veía en las películas. Confieso que todas mis referencias de esta ciudad, como en Río de Janeiro, eran a través de la televisión. Así que ansiaba ver con locura un flamingo, como en Miami Vice, aquella popular serie de tv de los 80 y de la cual vi la repetición en los años 90 con mis padres.

Solo vi un flamingo, fue en una tarjerta de recuerdo en un museo.


Foto:yessica Sumoza

Foto:yessica Sumoza

Amo el mar. El amor es más libre por esos lados y eso me parece bonito. En una ciudad rodeada de mar, tiene que sentirse el amor en el ambiente. Nadie puede ver un atardecer en el mar y estar amargado.

Tanto por escribir sobre Miami.

Foto:yessica Sumoza

Foto:yessica Sumoza

enero 06, 2017

Abrazo a la incertidumbre

Unos huevos con perejil y el primer libro del año
Apenas van seis días de este nuevo año y tengo dos revelaciones:

Primero: me encantan los huevos con perejil. Rara vez cocino -por no decir nunca-, lo hagoy como tengo la suerte de compartir con muchas personas que sí lo hace, no tengo la necesidad de hacerlo aún. Segundo: me gusta leer el libro Putas asesinas de Roberto Bolaño. Él no necesita presentación y solo diré que lo descubrí a través de otro libro que se llama Soldados de Salamina de Javier Cercas, autor que no conocía.

Un buen amigo, que es vendedor de libros, me lo dejó el libro de Cercas en el escritorio de mi anterior empleo y me dijo: "pensé en ti". Lo compré, lo leí y me gustó tanto que luego fui a buscar la obra de Bolaño, solo porque Cercas mencionó a Bolaño en su texto. 

El año que pasó fue difícilsin embargo, decidí disfrutar la incertidumbre, abrazar la incertidumbre, vivir en ella. Si tengo la oportunidad de tomar un tren y huir, lo hago. Si no pasa, encenderé una fogata y disfrutaré del cielo estrellado en medio de la nada siempre que siga cerca de los rieles. 

Por esa razón, decidí ir a la Guajira colombiana que es árida, desolada y colorida. No quería regresar. Conocí al  "Coronel Azul", me enamoré del Coronel azul, nos bañamos en su mar caribe, bebí la cerveza y comí los frutos y escuché la música de ese lado del caribe. Otro día hablaré del Coronel Azul. Mientras, solo diré que fueron días maravillosos.


Foto de Yéssica Sumoza
Un carruaje frente al cementerio de Riohacha
El año que terminó me puso en tres empleos. En el último me quedé, llevo 4 meses. Sin seguro ni póliza de vida; por eso me he estado cuidando. En eso meses, visité mi primer bar de putas con el señor Carmelo, el señor 905 y el señor Blanco… 

El fascinante señor Púrpura (inserte aquí corazones). Todos daban por sentado que ya nos conocíamos, pero nunca fue así… Nunca coincidimos en fiestas ni encuentros casuales, pero creo entre él y yo calza perfecto ese hermoso verso que leí de Eugenio Montejo que dice que “La Tierra giró para acercarnos” … y nos conocimos. Después de esa noche, él volvió a su país y yo continúe aquí…

Caracas en silencio a las cuatro de la mañana

2016 fue el año en el que más gente conocí: personas de valor: que han sumaron aprendizajes importantes en mi vida, que me animaron a ser mejor. Pienso que el toparme con más mortales significó una compensación que me cobró el destino, tal vez el universo, por llevarse a muchos seres queridos a otras tierras. 

A raíz de eso, me sentí muy sola pero la vida trajo nuevos amigos y nuevos amores. Pienso en ese posible día en que me toque cruzar la frontera, el mar o el espacio áreo… Pero sí aquí sigo comprenderé, sin darle tanta explicación al asunto, que el destino me prepara una experiencia que debo vivir, algo me falta aprender, hay una deuda pendiente. 

Recuerdo que en el 2015 también había salido de mi vida mucha gente, todos de manera espontánea, lo consideré hasta cabalístico. Lloré por unos, me alegré por otros. Hoy gran parte de ellos siguen sin estar y dudo que vuelvan. En mi defensa diré que no los corrí…

El año pasado dejó enseñanzas muy importantes. Especialmente comprendí que una cosa es lo que queremos y otra lo que hacemos. Por difícil que sea, trato de mis acciones sean siempre el reflejo de lo que anhelo. Entre tanto, abrazo al 2017, abrazo lo que me depara, abrazo a la incertidumbre.

octubre 04, 2016

Mis cosas favoritas


Admiro la capacidad que tienen ciertas personas para guardar recuerdos, coleccionistas de cualquier cosa: monedas, muñecas, cartas, juguetes jamás sacados de su caja, regalos, etc. Esa voluntad para mantener en un pedestal eso tan valioso que guarda una historia privada, una guerra o una victoria.

La primera vez que estuve en frente a alguien así,  fue a los 9 ó 10 años. Visitaba a mis vecinitas del piso seis, me mostraron sus muñecas barbies, las mantenías en su pedestal, con todos sus accesorios y en algunos casos en sus cajas. Las tomaba con las punta de los dedos, de modo que no fueran a ensuciar.

En cambio yo, a mis muñecas les había las había arrancado la cabeza de tanto peinar, las había sumergido en agua, les había quitado la ropa y les había cosido otras nuevas, ya les había botado los accesorio y al final de año andaban desnudas en la caja de los juguetes. Y todos los años pedía una nueva y todas corrían con la misma suerte de la anterior.

Pero cuando vi aquella Barbie Melocotón con su perfecto vestido y su bellísima sombrilla, en aquel pedestal que hacia juego con el color de la falda a mediados de septiembre. Me dio tanta cosita comparar aquellas muñecas con las mías.

Esa visita me dio un poco de conciencia con respecto al cuidado de mis juguetes, cosa que solo duró ese día. Hasta el sol de hoy no conservo nada de mi infancia.

Estos recuerdos volvieron un día mientras retrataba a un coleccionista de objetos de Star wars. Ángel, el coleccionista, nos hablaba sobre todas sus piezas y de como se había iniciado al mundo de la recolección de tesoros. Esto me hizo pensar que yo no tenía ninguno. Aquí puedes leer la entrevista.



Con el tiempo me di cuenta que si. Claro, no son muñecas u objetos de colección que seguro, en unos años valdrán una buena pasta. Pero si se trataban de objetos personales, cosas que venía acumulando y guardaba en el olvido y que después, sin mayor interés, aparecían.

Hace poco me tocó regresar al nido, en ese ir y venir mientras guardaba mis cosas me encontré con los recuerdos de la época  más bonita y que hasta ahora es la que me ha dado mi norte:

Carboncillos, sanguinas, la base de las plumillas de la época de la escuela de artes. El 70% de la carrera, cualquiera de las tres menciones, se basaba en dibujar mucho. Yo debo seguir dibujando.


Mi caja de lápices Faber-Castell, hay mejores marcas, con mejor madera y grafito. Pero me duraron todo el tiempo posible en la escuela de diseño. Recuerdo una clase de ilustración con el profesor Marcelino...  No recuerdo su apellido. Pero si recuerdo una lección maravillosa. Él, siempre riguroso y lúdico nos decía que a nuestros instrumentos de trabajo se les debe el mayor respeto posible, por que gracias a ellos les debemos el pan y nuestros días. Esta caja tiene cerca de diez años.


Amo las agendas al extremo de no escribir en ellas, siempre esperando ese algo que sea digno de escribir en ella. A veces pienso que mi letra no es diga de rayar sus hojas o mis garabatos arruinen sus finas y blancas hojas. Luego se me pasa el episodio neurótico y comienzo escribir en ella.
Estos episodios pueden durar entre un mes a tres años.



La primera vez que salí del país por motivos de mejoramiento profesional me dieron esta libreta, lo que me obliga a mantenerla en su plástico, no es un episodio psicótico (que pudiera ser) sino la inscripción de en su parte posterior: "Esta libreta es importante para mi trabajo periodístico" parece tonto, pero esa línea me inspira y me llama a terminar mi carrera. Que algún día haré un trabajo y la usaré.


Mas sentimental que nadie. Guardo esta rosa amarilla de una noche maravillosa donde bailé toda la noche de todo, en la que también conocí a gente, igualmente, maravillosas. En lo maravillosos no se redunda.

septiembre 03, 2016

A la playa con botas


Soy de pocas amistades, pero eso es culpa de una introversión que, con los treinta y tantos años que llevo, aún lucho por superar. A pesar de ello, tengo gente interesante que aparece en los momentos menos esperados para hacerte parte de algún capricho de tres horas, de esos que te sacan de la monotonía de estar en la oficina un sábado a media tarde, por ejemplo. Terminas en la playa.

La verdad es que nunca me dijo que buscaba, exactamente, a lo que me dediqué a sacar mis propias conclusiones, es un romántico que sólo quería retratar las últimas horas del día.






 


mayo 10, 2016

Eso, el mal de ojo.

Un amigo nos contaba que este fin de semana no pudo dormir con su pequeño hijo. Lloraba de día y de noche. Yo estaba de espaldas cuando dijo que tenía un Mal de ojo. Yo volteé y lo miré con los ojos muy abiertos.

-Si, sé que no crees en eso. Me dijo.

-No, al contrario, si te creo. Le dije.

Mi amigo contaba que él tampoco creía en eso hasta que llevaron a rezar al niño. El bebé se calmó y dejó de llorar, estaba tranquilo y poco a poco volvía a su vida normal.

-Yo escuché que las personas con mal de ojo se les pone la ropa al revés. - Le dije

- Si, se le rezó con la ropa al revés, me respondió.

Esto me hizo recordar el caso de una prima, su bebé lloraba y lloraba, además, presentaba un cuadro diarreico. Los médico en el pediátrico, le suministraron suero y le realizaron sus exámenes de rutina, no encontraron nada.

El pediatra miró a mi prima y le recomendó que lo llevara a rezar con un brujo. Mi prima siguió al pie de la letra la recomendación del galeno. Al bebé se le quitó todo. Yo, en medio de mi escepticismo de entonces le preguntaba si de verdad hizo eso o era puro cuento.

-Si, prima. Antes del rezo el niño tenía los ojos hundidos y ahora mira, sin ojeras y esta bien.

Le colocaron en la muñeca una de esas pulceras de negro y rojo con un azabache y ya.

Al final volví al primer caso que escuché, un brujo tuvo que ir hasta la clínica donde estaba recluido el bebé, hijo de unos amigos de mis papás,  que ya estaba casi desahuciado. Un rezo y listo.

Un Mal de ojo, según la wikipedía es un maleficio que, según la superstición, transmite males con solo mirar de cierta manera.

Yo creo en muchas cosas que no he visto, dice el intro en la versión de Oh, que será, que hace Willie Colón de Chico Buarque. Y así ando con este tema. Algunas veces, cuando salgo de casa me doy cuenta que salí con la ropa al revés, un calcetín o quizá la blusa.  Claro, sin darme cuenta. Siempre recuerdo los mal de ojos, entonces pienso que por algo será y sigo.