octubre 04, 2016

Mis cosas favoritas


Admiro la capacidad que tienen ciertas personas para guardar recuerdos, coleccionistas de cualquier cosa: monedas, muñecas, cartas, juguetes jamás sacados de su caja, regalos, etc. Esa voluntad para mantener en un pedestal eso tan valioso que guarda una historia privada, una guerra o una victoria.

La primera vez que estuve en frente a alguien así,  fue a los 9 ó 10 años. Visitaba a mis vecinitas del piso seis, me mostraron sus muñecas barbies, las mantenías en su pedestal, con todos sus accesorios y en algunos casos en sus cajas. Las tomaba con las punta de los dedos, de modo que no fueran a ensuciar.

En cambio yo, a mis muñecas les había las había arrancado la cabeza de tanto peinar, las había sumergido en agua, les había quitado la ropa y les había cosido otras nuevas, ya les había botado los accesorio y al final de año andaban desnudas en la caja de los juguetes. Y todos los años pedía una nueva y todas corrían con la misma suerte de la anterior.

Pero cuando vi aquella Barbie Melocotón con su perfecto vestido y su bellísima sombrilla, en aquel pedestal que hacia juego con el color de la falda a mediados de septiembre. Me dio tanta cosita comparar aquellas muñecas con las mías.

Esa visita me dio un poco de conciencia con respecto al cuidado de mis juguetes, cosa que solo duró ese día. Hasta el sol de hoy no conservo nada de mi infancia.

Estos recuerdos volvieron un día mientras retrataba a un coleccionista de objetos de Star wars. Ángel, el coleccionista, nos hablaba sobre todas sus piezas y de como se había iniciado al mundo de la recolección de tesoros. Esto me hizo pensar que yo no tenía ninguno. Aquí puedes leer la entrevista.



Con el tiempo me di cuenta que si. Claro, no son muñecas u objetos de colección que seguro, en unos años valdrán una buena pasta. Pero si se trataban de objetos personales, cosas que venía acumulando y guardaba en el olvido y que después, sin mayor interés, aparecían.

Hace poco me tocó regresar al nido, en ese ir y venir mientras guardaba mis cosas me encontré con los recuerdos de la época  más bonita y que hasta ahora es la que me ha dado mi norte:

Carboncillos, sanguinas, la base de las plumillas de la época de la escuela de artes. El 70% de la carrera, cualquiera de las tres menciones, se basaba en dibujar mucho. Yo debo seguir dibujando.


Mi caja de lápices Faber-Castell, hay mejores marcas, con mejor madera y grafito. Pero me duraron todo el tiempo posible en la escuela de diseño. Recuerdo una clase de ilustración con el profesor Marcelino...  No recuerdo su apellido. Pero si recuerdo una lección maravillosa. Él, siempre riguroso y lúdico nos decía que a nuestros instrumentos de trabajo se les debe el mayor respeto posible, por que gracias a ellos les debemos el pan y nuestros días. Esta caja tiene cerca de diez años.


Amo las agendas al extremo de no escribir en ellas, siempre esperando ese algo que sea digno de escribir en ella. A veces pienso que mi letra no es diga de rayar sus hojas o mis garabatos arruinen sus finas y blancas hojas. Luego se me pasa el episodio neurótico y comienzo escribir en ella.
Estos episodios pueden durar entre un mes a tres años.



La primera vez que salí del país por motivos de mejoramiento profesional me dieron esta libreta, lo que me obliga a mantenerla en su plástico, no es un episodio psicótico (que pudiera ser) sino la inscripción de en su parte posterior: "Esta libreta es importante para mi trabajo periodístico" parece tonto, pero esa línea me inspira y me llama a terminar mi carrera. Que algún día haré un trabajo y la usaré.


Mas sentimental que nadie. Guardo esta rosa amarilla de una noche maravillosa donde bailé toda la noche de todo, en la que también conocí a gente, igualmente, maravillosas. En lo maravillosos no se redunda.