Visité una gran ciudad donde grandes titanes de hormigón descansan frente al mar o bien, navegan en sus aguas con destinos a pequeñas islas paradisíacas. Una ciudad de grandes y modernas galerías de arte, pero con ausencia de espectadores, se trata de una ciudad que sabes que no está desierta a las 4:30 de la tarde, cuando sus modernas autopistas están repletas modernos autos.
Para alguien como yo, que viene de una ciudad tan espontánea, donde los museos son gratis y los jóvenes que salen de clases temprano se van a las plazas y galerías a pasar el rato, la soledad es incómoda.
Sus barrios, no eran iguales a los míos; pero los tienen y eran tal cual como yo las veía en las películas. Confieso que todas mis referencias de esta ciudad, como en Río de Janeiro, eran a través de la televisión. Así que ansiaba ver con locura un flamingo, como en Miami Vice, aquella popular serie de tv de los 80 y de la cual vi la repetición en los años 90 con mis padres.
Solo vi un flamingo, fue en una tarjerta de recuerdo en un museo.
Amo el mar. El amor es más libre por esos lados y eso me parece bonito. En una ciudad rodeada de mar, tiene que sentirse el amor en el ambiente. Nadie puede ver un atardecer en el mar y estar amargado.
Tanto por escribir sobre Miami.