Hoy me atreveré a escribir de algo que me encanta, pero de lo que sé muy poco, se trata del fútbol. Antes de febrero, el fútbol para mi eran piernas atractivas y una actividad física para mantener el peso, pero no detecto una posición avanzada o cuando se juega de córner.
En los pasados carnavales asistí a mi primer partido de fútbol, me había ahorrado diecisiete horas en cuarenta y cinco minutos, los cuarenta y cinco minutos más difíciles del día, pues yo le temo a los aviones. Mi miedo a los aviones es irracional, así como el amor y como mi gusto por el fútbol que, aunque no sé mucho de él pero me fascina.
El fútbol me apasiona, me inspira, me encanta ver como lo dejan todo por representar un Estado, una ciudad, unos colores y miles de personas que creen en ti.
Tengo la suerte de tener cerca a gente maravillosa que si entienden de fútbol, que lo viven y lo disfrutan como hinchas y como testigos en la cancha. Siguen la vida de sus jugadores, casi comprendiendo a niveles sicológicos el estado anímico de un jugador.
El primer juego de mi vida fue un Deportivo Táchira contra el Rancing Club (Argetina) y era un partido de la Copa Libertadores. El juego se celebró en Polideportivo de Pueblo Nuevo, en el Estado Táchira, según la wikipedia, es conocido como: "Templo Sagrado del fútbol venezolano"
El estadio estaba lleno (cuarenta y tres mil personas) y todos portaban la camiseta aurinegra. El ambiente era tan animado y alegre que yo, sin ser gocha, quería una camiseta.
Tuve la suerte de ver todo el partido desde el palco de prensa. allí, tuve la oportunidad de presenciar una cobertura deportiva, desde la prensa, la radio o la web. Yo me sentía como una estudiante de primer semestre de comunicación social. Estaba impresionada como los narradores deportivos describían el partido, los de prensa pendiente del tiempo, de quien metió el gol y a quien le sacaron la tarjeta roja o amarilla.
Ese fue el día que yo dejé de ver menos las piernas de los jugadores y más el número de su camiseta.
Venezuela, representado por El deportivo Táchira, había perdido cinco goles a cero. En el gol número tres ya la fanáticada se estaba retirando del estadio y eso me dio mucha pena, ¿No se supone que un fanático esta con su equipo hasta el final?
Al final, sólo quedaba ver la rueda de prensa, donde salió el DT (Director Técnico) de cada equipo a responder las dolorosas preguntas de la prensa. Las había visto en el canal deportivo, pero nunca en persona.
La Barra Roja |
Cuatro meses después asistí a una semifinal, nuevamente con el del Deportivo Táchira pero contra el Caracas FC. Un Clásico que hizo que se agotaran las entradas una semana antes de empezar.
En esta oportunidad le pedí a una buena amiga, conocedora del deporte rey y fanática del Caracas que me llevara a fotografiar el encuentro. Su nombre es Clara, ella es una publicista que se dedica a la videografía y siempre que tiene la oportunidad realizar geniales fotografias de su equipo y a mi me encanta su galería en flickr.
Lo novedoso de este partido (para mi) sería que conocería la Barra brava. Los seguidores del Caracas tienen un especie de ritual, que para mi es casi religioso. A ellos los ubican en una zona específica del estadio, sólo para ellos. Allá, desde la entrada los fanáticos más devotos bailan, brinca y cantan al ritmo de himnos y canciones populares versionadas con trompetas, bombos y redoblantes.
Un fanático del Caracas lleva su consigna en la espalda |
Al llegar nos encontramos con casi 200 muchachos, algunos con la camiseta del equipo, otros sólo el escudo en la piel, un tatuaje en la espalda, en el brazo, en la pierna.
Recuerdo que miré hacia arriba y el cielo se tornaba rojo por breves instantes. Alguien arrojó el humo de color que hace apertura al juego. No olía a cigarros ni a porros, era a sudor, era calor era energía.
Recuerdo que miré hacia arriba y el cielo se tornaba rojo por breves instantes. Alguien arrojó el humo de color que hace apertura al juego. No olía a cigarros ni a porros, era a sudor, era calor era energía.
Se hizo silencio por breves segundos cuando se forma un pogo. Un especie de maestro de ceremonias que dirigía la muchachada nos ayuda a atravesarlo, pero se cierran y yo me quedo afuera. Sólo pensaba en retroceder, pero a ese punto ya era difícil, era tanta gente a mi alrededor que no veía la forma de volver. Temía por la cámara fotográfica que llevaba, cuando el mismo muchacho que pasa a Clara me toma por el brazo y me pasa. Estaba adentro y mis temores desaparecieron.
Allí los sexos eran mixtos, bailaban y cantaban, con los ojos abiertos o cerrados, a nadie le importaba, lo único importante era que no se dejara de sonar los redoblantes, los bombos y las trompetas. Muchos estaban allí cantando su consigna como una promesa que se cumple cada domingo de torneo.
En las gradas, había una fiesta de rojo, de blanco y de negro. Banderas estandartes que representa a distintos barrrios y parroquias sin distinción de clases, podías ver un estandarte de Chacao junto a una del 23 de enero. Ese día lo único que importa es que ambas zonas llevan la misma camiseta.
Al Caracas ya lo había visto jugar pero contra El Deportivo Anzoátegui. La barra estaba presente y no recuerdo ni un solo minuto de silencio, ni siquiera al terminar el partido. Ellos pasaron los noventa minutos aplaudiendo y entonando una y otra vez sus himnos, casi de manera religiosa era un rosario al Dios del fútbol y una letanías al triunfo.
Para mi fue casi cabalístico ver a ambos equipos jugar por separados y luego, ese día, uno contra el otro. El deportivo, con una suerte de gol en el minuto noventa y tres, gana. Le quitaría el pase a la gran final al Caracas y la oportunidad de una estrella más para la camiseta.
La auringra había recorrido más de diecisiete horas para apoyar al equipo, el recorrido se vio recompensado al final. La barra roja no se movió.
Cuando fui a San Cristobal quise la camiseta de los gochos, fue mi primer partido y aunque perdieron, quedarse hasta el final y aguantar la pela también tiene su mérito. La hinchada roja también aguantó su pela y se quedó hasta el final. Siento que también le debo la camiseta.
Aún no tengo la vinotinto, tenerla resumiría lo mejor de lo mejor de la esférica criolla, y llevaría en paz mi guerra emocional. Una vez me retraté con un una camisa del PSG del año de San Quintín. No le voy a los parisinos, le voy al cariño de un buen amigo francés que vive en España que si le va al París.
Y así soy con el fútbol.
Cuando fui a San Cristobal quise la camiseta de los gochos, fue mi primer partido y aunque perdieron, quedarse hasta el final y aguantar la pela también tiene su mérito. La hinchada roja también aguantó su pela y se quedó hasta el final. Siento que también le debo la camiseta.
Aún no tengo la vinotinto, tenerla resumiría lo mejor de lo mejor de la esférica criolla, y llevaría en paz mi guerra emocional. Una vez me retraté con un una camisa del PSG del año de San Quintín. No le voy a los parisinos, le voy al cariño de un buen amigo francés que vive en España que si le va al París.
Y así soy con el fútbol.